Allí estaba yo, de incógnito: un ministro protestante deslizándome al fondo de una capilla católica de Milwaukee para presenciar mi primera Misa. Para aquellos primeros cristianos, la biblia era incomprensible si se la separaba de acontecimiento que los católicos de hoy llaman "la Misa"... me convencí para ir y ver, como si se tratara de un ejercicio académico.. me quedé sentado con mi biblia abierta junto a mí.
Empapado de la Escritura.
... a la medida que avanzaba la Misa, algo me golpeaba. La Biblia ya no estaba junto a mí. Estaba delante de mí, en las palabras de la misa. La experiencia fue sobrecogedora... Permanecí al margen hasta que oí al sacerdote pronunciar las palabras de la consagración;
Sentí que toda mi duda se esfumaba. Mientras veía al sacerdote alzar la blanca hostia, sentí que surgía de mi corazón una plegaria como un susurro:
Santo Humo.
Regresaría a Misa al día siguiente, y al siguiente..cada vez descubría que se cumplían ante mis más Escrituras pero ningún libro se me hacía tan visible como el Apocalipsis.. En esa capilla veía sacerdotes revestidos, un altar, una comunidad que cantaba
Me roban la idea.
Entonces descubrí que el Concilio Vaticano II me había sacado la delantera.
Este descubrimiento no era producto de una imaginación exaltada; era la enseñanza de un concilio de la Iglesia católica. A la vez, descubriría que era también la conclusión inevitable de los estudiosos protestantes más riguroso y honestos. Uno de ellos, Leonard Thompson, había escrito... "incluso una lectura superficial del libro del Apocalipsis muestra la presencia del lenguaje litúrgico relativa al culto..."
Próximamente.
El libro del Apocalipsis trata de Alguien que va a venir, hora tras hora, en aquella capilla de Milwaukee, llegue a conocer que ese Alguien era el mismo Jesucristo a quien el sacerdote católico alzaba en la hostia.
Todavía albergaba en mi mente y en mi corazón serias preguntas, acerca de la naturaleza del sacrificio, de los fundamentos bíblicos de la Misa... esas cuestiones iban a definir mis investigaciones en los meses preparatorios a mi recepción en la Iglesia católica. No creo que nuestro Padre Dios me niegue la sabiduría que buscamos referente a su Misa. Después de todo, es el acontecimiento en el que sella su Alianza con nosotros y nos hace sus hijos. Este libro es más o menos un informe de lo que he encontrado mientras investigaba las riquezas de nuestra tradición católica. En la misa, tú y yo tenemos el cielo en la tierra. La evidencia es abrumadora, la experiencia es una revelación.
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